domingo, 24 de mayo de 2015

Lota, 1960. La huelga larga del carbón.

Una luz enterrada

Lota. 1960. La huelga larga del carbón. Más de tres meses de paralización. La gran marcha. 35.000 personas, cientos de familias, hombres, mujeres y niños, caminan los 40 kilómetros que hay entre Lota y Concepción para manifestar su voluntad de lucha. Con el correr de las semanas y los meses, frente a la necesidad apremiante de alimentos, los mineros deciden enviar a sus niños a Concepción y Santiago donde son recibidos por la solidaridad de las familias de trabajadores gráficos y suplementeros. Luego vendría el gran terremoto del año 60. La imposibilidad de continuar con la huelga. El retorno al trabajo habiendo obtenido tan solo conquistas menores. 

Esta es lista somera de los hechos, la crónica resumida de uno de los movimientos sociales más importantes del siglo pasado en nuestro país. Es este hecho el que sirve de base para este libro que es, a un tiempo, recuperación y recreación de la historia a través de la palabra y de la imagen. Seis relatos gráficos, de distintos autores, todos con guión de Alexis Figueroa. Me parece pertinente recordar aquí la importancia de la visualidad en la obra poética de Figueroa, pienso especialmente en Virgenes del Sol Inn Cabaret. Como otro antecedente de este trabajo podría considerarse la novela gráfica Informe Tungunska, publicado hace pocos años, libro que continúa la colaboración entre Figueroa y Claudio Romo, coeditor y autor de uno de los relatos de este libro. 

Un par de ideas, dos apuntes breves que me sugiere su lectura.

Dice Alexis Figueroa en una entrevista sobre este libro: Quisimos hacer un producto sobre una historia épica, pero no contada a través de sus protagonistas épicos, sino a través de ojos, voces y recuerdos de personas que, generalmente, están ausentes en este tipo de relatos: los niños y las mujeres. Esto me parece central respecto al punto de vista adoptado por todos los relatos que componen este libro. Esto es historia social. Pero la perspectiva desde la cual es relatada esta historia es la de aquellos que no suelen ser vistos como sus protagonistas. Niños, mujeres. Los perros quiltros que marcharon junto a las familias hasta Concepción. Los actores siempre secundarios para una forma ya desgastada de comprender y relatar la historia. Una épica obrera siempre masculina y ejemplar hasta la caricatura. Por el contrario, este libro, el montaje de relatos e imágenes que lo componen, se juega por ver y recordar desde otro lugar. El de los ojos, las voces y los recuerdos de los invisibles, de los más olvidados. Los que fueron parte de esa lucha, la lucha de todo un pueblo, sin ninguna aspiración al heroísmo o a la posteridad.

Desde luego, la ciudad de Lota que nos muestra este relato, la ciudad minera de los sesentas emplazada en un territorio de grandes complejos industriales, ya no existe más. Sólo sus ruinas, tal como Chiguayante o Tomé. ¿Qué queda entonces? Se pregunta Figueroa en uno de los textos. Y responde: La memoria. Una memoria que exige un delicado y paciente trabajo de reconstrucción. Una memoria que debe erigirse entre las ruinas para recuperar la vida que allí tuvo lugar y que ahora se halla oculta bajo el polvo y el olvido.

Acaso el transporte del pasado físicamente más feble sea la memoria, pero a la vez es lo único que nos permite –aún más que identidad– la noción de ser algo más que nuestra propia percepción, aislada y sola, ajena al otro, y así, sin continuidad ni historia, colectiva o personal. Hemos elegido entonces este episodio justamente como un hito, una inscripción, una grafía. Un episodio que habla y narra una voluntad de lucha y esfuerzo colectivo, una historia entonces no solo de coraje, sino esencialmente de comunidad. Cito en extenso las palabras de Figueroa porque me parece que definen con claridad la poética de este libro. La memoria es frágil, feble. Sin embargo, es la única herramienta de que disponemos para evitar el aislamiento individual y para recuperar el sentido de lo comunitario y lo colectivo. Una inscripción, una grafía, dice Figueroa. El signo de la memoria que, a sabiendas, se escribe sobre el agua. Y sin embargo, sostiene la posibilidad de otra vida, imposible de imaginar sin el conocimiento del pasado. Sin descifrar sus señales borradas sistemáticamente por la amnesia de ésta, nuestra época.

Termino. Se menciona en el libro el documental que filmara Sergio Bravo sobre la huelga larga. Un documental extraviado luego del golpe de estado, perdido hasta el día de hoy. De alguna manera, este libro contribuye a reponer esas imágenes perdidas. A darle una imagen a lo que esta historia metaforiza. Sus señales ya casi invisibles. La identidad popular. La Solidaridad. El sentido de pertenencia a un colectivo. La memoria, familiar y política, organizativa y sentimental, de los trabajadores chilenos. El carbón es luz, luz de estrella enterrada, dice unos de los personajes de esta narración. Eso es lo que hace este libro. Convocarnos a recordar. Desenterrar esa luz para ayudarnos a iluminar las galerías de este presente. 


Valparaíso. Mayo de 2015.
              

Lota, 1960. La huelga larga del carbón.
Díaz, Echeverría, Figueroa, Muñoz, Rivas, Romo, Plaza.
Novela gráfica.
Ediciones Nébula/LOM


lunes, 18 de mayo de 2015


El ojo del lagarto de Vicente Rivera

El ojo parietal


Es este un libro largamente madurado si consideramos la publicación, hace ya cinco años, de la plaquette Ojos de Lagarto, algunos de cuyos textos son parte de esta entrega. Un largo proceso escritural que expresa la paciencia requerida para aguzar bien el ojo. El tiempo largo que se necesita para desplegar una mirada como la que se contiene en estos versos.

Dos o tres breves apuntes de lectura.

Este es un libro de la mirada, decía. A este respecto, me parece significativo que el primer poema del libro se titule Visión. En sus primeros versos se establece el emplazamiento de esta mirada. Un emplazamiento que permite una visión panorámica del espacio, un observador que se ubica en la altura: Parado en la cima del cerro/le dije a mis amigos: Éste es un verdadero bosque/ésta sí que es tierra firme. 

La alusión a Gonzalo Millán en uno de los epígrafes me parece igualmente significativa, tratándose de uno de los poetas chilenos cuya exploración de las relaciones entre la palabra y la imagen ha sido más vasta, más profunda y más productiva. El tono objetivo y distanciado de los textos, el ángulo de cámara con que están capturadas estas visiones, me parece también una influencia perceptible de su trabajo en este libro.

En el mismo sentido podría leerse la relación entre imagen y fotografía planteada en estos textos. Cito el poema Montaje fotográfico en tres actos: ¿El tiempo ha borrado el paisaje de esta foto?/No. el desierto es/la luz que el tiempo no mide. Y en otro pasaje del mismo poema: Las imágenes/de esta fotografía/guardan el silencio/desmesurado/que la distancia/oculta. Creo que todo este libro podría leerse así, como un montaje fotográfico o un documental. Un documental construido con imágenes que guardan el silencio. Una película en negativo. Un intento de capturar lo que en otro poema es definido como Silencio visual. Atrapar eso que es como una musiquilla/o un casi silencio/que hasta podemos respirar.

Nuestro planeta húmedo tiene una sola mancha marrón donde no existe ningún grado de humedad. Es el inmenso desierto de Atacama. Así comienza el guión de una película que, en muchos sentidos, podría vincularse con este libro. Me refiero a Nostalgia de la luz de Patricio Guzmán. ¿Qué es lo que ve el ojo del lagarto? ¿Qué hay en el espacio que abarca su mirada? Esa sola mancha marrón en el planeta. Ese espacio sin ningún grado de humedad. Miremos entonces el Desierto de Atacama/Miremos nuestra soledad en el desierto escribió Raúl Zurita en Purgatorio. Eso es lo que intenta hacer este libro. Mirar el desierto, como lugar y como transcurso.

Atacama es una mancha solar/paisaje del silencio/desparramándose en la arena/ plumazo de viento/en la memoria de los colores/trazo de luz/desintegrado en el tiempo. Este poema que reproduzco íntegro, Prisma, da las coordenadas con que estos poemas cartografían este espacio. Esta mancha solar. La misma mancha marrón vista desde el espacio en el relato de Guzmán. Un paisaje del silencio. Un trazo de luz. Un lugar, la geometría del Locus, que se articula desde esos elementos fundamentales, silencio y luz, tematizados a lo largo de todo el libro. 

En cuanto al tiempo, los durmientes abandonados de una línea donde ya no pasa ningún tren metaforizan la precariedad de la memoria. La erosión a que están sometidos nuestros recuerdos, la historia de un país, tal como el viento y el óxido carcomen las cosas en el desierto hasta hacerlas desaparecer. Escribe Rivera en el poema Durmientes: La distancia conservada/entre un riel y otro/estacada/por vigilantes impertérritos/es suficiente para contar/una historia/de tiempos aquellos/cuando el tren era/un paisaje de todo chile. 

Trenes que ya no corren y estaciones fantasmas como metáforas del olvido. La historia de Chile como esa línea férrea que va cubriendo el polvo. Una imagen que, con un sentido cercano al de estos textos, también desarrolló José Ángel Cuevas en el poema La destrucción de los Ferrocarriles del Estado plantas y materiales cuyos versos finales dicen: Esos míseros vagones del llamado Expreso/cubiertos de moho asientos rotos/baños sucios/roña, carroña. Aúllan los rieles y saltan entre Temuco/y Puerto Montt/Perquenco / Antilhue / sus ríos/sus cerros de trigo y árboles/ERA CHILE EL QUE PASABA POR SUS VENTANAS ABIERTAS./Y ya no pasa. En el largo trazado ferroviario que es nuestra geografía, hacia el norte como constata Rivera o hacia el sur como en este poema de Cuevas, Chile es ese tren que ha dejado de pasar y probablemente nunca volverá a hacerlo.

Un último apunte. El desierto en este libro no es un espacio estéril, no es un erial. Por el contrario, en varios pasajes se habla de su fertilidad, de su poder genésico. Vuelvo a Visión, el poema que abre el libro: Éste es un verdadero bosque/ésta si que es tierra firme,/aquí hay que tirar semillas/y echar raíz./Aquí todo crece…/pero hacia adentro. El desierto como un bosque. Como un campo de sembradío. Un espacio donde el sol, tal como escribió Gonzalo Rojas, es la única semilla. O el único fruto, como dice este bello poema de Vicente Rivera, Sol: Fruto único en el desierto/naranja que crece/y se desgaja/en ácidas lenguas/de luz y calor/sobre el lomo/de viejos reptiles enterrados/bajo formas/de cerros y dunas.

Vuelvo al texto de Zurita: Y si los desiertos de atacama fueran azules todavía/podrían ser el Oasis Chileno para que desde todos/los rincones de Chile contentos viesen flamear por/el aire las azules pampas de Desierto de Atacama. El desierto convertido en un oasis. En un bosque que crece hacia adentro. Para ver eso, los viejos reptiles enterrados que somos, tendríamos que aprender a mirar de nuevo. Desarrollar el tercer ojo que tienen algunos reptiles y lagartos. El ojo parietal. Tal como nos propone este libro, abrir el ojo de la imaginación. Mirar nuestra soledad en el desierto. Pero también ser capaces de ver, aún a lo lejos pero ya divisables, el oasis, el bosque, las pampas azules flameando en el aire. 

Valparaíso. Mayo de 2015

El ojo del lagarto
Vicente Rivera
Poesía
Editorial Cinosargo
Arica. 2015






martes, 12 de mayo de 2015


Tordo de Diego Alfaro

Un ave imposible de cazar


Todo rincón ha sido saqueado y quedan los semáforos que caen y marchitan ¿O será que esa oscuridad desplomada sea aun nuestro tordo tratando de tararear su trino? Este libro puede ser leído como una tentativa por responder esa pregunta. Como una exploración en busca del sonido de ese trino a través de un territorio saqueado, en medio de la oscuridad posterior al desplome. Imágenes, fotografías. Fragmentos de la vida cotidiana en los escenarios de guerra donde habitamos. Donde prevalece el lenguaje del dinero, la violencia y el olvido. Donde el tordo, para poder sobrevivir, ha tenido que dejar de cantar. 

Como se nos recuerda al inicio, en los relatos mitológicos el tordo es quien resuelve las adivinanzas y responde con verdad. Este libro es el relato de cómo es posible encontrar, aún en la oscuridad de estos días, breves momentos de belleza. La belleza es el brillo de lo que es verdadero, dijo alguna vez Joseph Beuys. Aprender a ver ese brillo. A escuchar el trino de los pájaros en medio del estruendo de la guerra. Como el tordo, aprender a cantar con verdad. Porque la literatura, como escribió Enrique Lihn, no debe engañar. 

Hasta acá el breve texto que, a solicitud de sus editores, escribí para la contratapa de este libro. La instancia de esta presentación me da la oportunidad de desarrollar someramente dos o tres aspectos, algunas de las coordenadas de vuelo de este Tordo. Voy a eso.

Un aspecto son las filiaciones poéticas de este texto. La presencia persistente de Enrique Lihn, por ejemplo, citado y parafraseado a lo largo de las páginas de este libro tanto en algunos de sus versos como en poemas íntegros. Pienso en Destiempo o Cementerio de Punta Arenas que, desde cierto ángulo, podrían ser leídos como versiones o covers de los poemas homónimos de Lihn. En cualquier caso, Enrique Lihn es un interés y una influencia que Diego Alfaro ha ido desplegando no sólo en este registro sino también en el ámbito de la crítica, revisando las complejas formas del compromiso político en su obra. 

Otras presencias, otras filiaciones: Ennio Moltedo y Rubén Jacob. Dos presencias que me parecen especialmente significativas. Dos poesías mayores, tanto en el plano de los textos como en el de cierta comprensión de la literatura como una ética de la honestidad. Una ética que debía traducirse, cotidianamente, en una conducta de vida. A pesar de las entregas recientes de material de Moltedo, coincidiremos en que se trata de autores cuya poesía no ha alcanzado aún la circulación y el reconocimiento que merecen. Me parece que la mejor forma de revertir esta situación es la que ejercita Alfaro en este libro. Darles a sus poesías un valor de uso. Integrarlas a la propia escritura como un insumo o una herramienta. Escribir a partir de Moltedo, de Rubén Jacob o de Enrique Lihn. Escribir a su manera para hacer más literatura.

Leo una entrevista realizada a Diego Alfaro donde se refiere a este libro: Empecé a pensar en este pajarito negro, y me pregunté ¿por qué no poner este pájaro en medio de la ciudad o en medio de los conflictos del mundo? En cierta forma Tordo fue para mí entrar en este aspecto de un pajarito común y corriente que tiene un significado perdido. ¿Qué puede hacer ese animal que significó para un pueblo el cuidado y la palabra, la verdad? Me parece que estas palabras son esclarecedoras respecto al sentido de este texto, a su forma de comprender y practicar la poesía. Un pájaro en medio de la ciudad, en medio de los conflictos del mundo. La poesía como ese pájaro. Asediado, volando entre antenas y cables, surcando cielos saturados de ruido y de humo. ¿Qué puede hacer ese animal, cuál sería un posible plan de vuelo? El mismo Alfaro ensaya una respuesta que me parece valedera: Chile se ha vuelto un país de oídos cerrados. Y los pájaros tienen un oído muy fino. La poesía como el trabajo de afinar el oído. En medio del espectáculo y la música del dinero que copan nuestro cielo, desde hace mucho ni puro ni azulado, aprender a escuchar. Abrir los oídos y hacer silencio para que la palabra con sentido, aún en medio de la saturación, pueda emerger. 

La poesía es el estremecimiento de la palabra y ahí es donde ocurre la acción de llegar a otro, de invitarlo e incluso sacudirlo, dice Diego Alfaro. Estoy totalmente de acuerdo. El problema a resolver es cómo, desde qué lugar escribir para ser parte de esa sacudida. Dónde encontrar ese lugar donde la palabra sea un estremecimiento capaz de romper el orden que se nos pretende imponer cotidianamente. El orden de las cosas, los simulacros y las palabras vacías.

La poesía es o debería llegar a ser como ese pequeño pájaro negro, nos dice este libro. Un pájaro que aprende a volar en un cielo cerrado y sucio. Que aprende a pasar de un espacio a otro sin golpearse, como pensaba Georges Perec que podía definirse el arte de vivir. Para ello, el pequeño pájaro debe desarrollar la inteligencia y cierta habilidad para volar en un espacio aéreo difícil, intrincado. Mantenerse libre, sobre todo. No dejarse atrapar. El tordo no se caza nunca, dice Alfaro en la entrevista. Es cierto. La poesía, si es verdadera, es un ave imposible de cazar.


Valparaíso. Mayo de 2015 

Tordo
Diego Alfaro
Poesía 
Editorial Cuneta.
Santiago. 2015.