lunes, 18 de enero de 2016

Rabillo del ojo

Presentación de Jorge Polanco a Visión Periférica



«Recuerda que Chile 
es un lugar raro y divertido
algo así como un circo o una cloaca»

Lou Reed


Ahora que la mirada de dios ha sido reemplazada por google maps, no quedan muchos espacios para escaparse de las ciudades televisadas. Las sociedades del control y del espectáculo tienden a la mirada total. Privatizan el mundo público y publicitan la intimidad. Hace tan solo 120 años, Nietzsche ironizaba sobre la universalización de la mirada, sin sospechar que la técnica aumentaría su potencia en un siglo: «“¿Es verdad que el amado dios está presente en todas partes?”, preguntó una niña pequeña a su madre: “pero eso lo encuentro indecente”». Hoy esta falta de pudor se convirtió en norma, incluso puede disciplinarse interiormente. Las cámaras de vigilancia se introyectan y alcanzan efectos insospechados. 

En una imagen que me parece interesante, más allá de los reparos filosóficos, Byung Chul-Han repara en los gimnasios. ¿Qué hace que un individuo vaya a las 3 o 4 de la mañana, solo ante una máquina, a agotar su cuerpo? Si viniéramos de Marte, encontraríamos sorprendente cómo la autoexigencia se ha convertido en un resultado de la necesidad del rendimiento, cuyo poder reside en la autoexplotación del individuo. Houllebecq lo grafica en sus novelas de “Primer Mundo”, donde la lucha por la sobrevivencia se reemplaza por otras formas de mercantilización pseudo-hippie o new age; asimismo Coetzee observa este fenómeno en las sustituciones de los profesores por los lingüistas de paper y los pedagogos de las “competencias”. Estas formas contemporáneas de explotación, alienación y espectáculo, se muestran en las lecturas de Visión Periférica de Jaime Pinos a partir de la matriz aportada por Guy Debord y observadas desde la práctica de escritores chilenos. 

Léase con atención el título: “Visión Periférica”, marca un itinerario que no intenta “globalizarse”. Por el contrario quiere llevar a “situación” (o situacionismo, ocupando un término de herencia debordeana) la escritura de los últimos años en Chile. En esta persistencia, Jaime Pinos indaga de refilón, sin agotar —como en un gimnasio— el cuerpo y el corpus de la literatura de postdictadura, echando un vistazo a las fisuras y libertades que ofrece la escritura que, pese a todo, está por construirse. Las alusiones a Lihn, Droguett y Debord son las más persistentes, las que conforman la “poética” del libro. ¿Por qué estos escritores? Arriesgo algunas razones: primero, porque paradójicamente articulan una lectura del futuro que a nosotros nos tocó vivir y, al mismo tiempo, estos escritores afincan su pensamiento en una moralidad que estriba en la consecuencia de escritura (a través de conceptos como situación, situacionismo o compromiso), rehuyendo del relato fundacional y del monumento, propios de la historia de los vencedores. Tanto en Lihn como en Droguett la literatura es una forma de conocimiento, es decir, la comprensión de la caja negra de Chile. Y, sumando a Debord, la escritura es un modo de intervención política en un mundo de espectáculos y compartimentación de la vida. Este legado es incorporado por Jaime Pinos en sus análisis y lecturas de estos últimos 15 años, desbordando la literatura del lugar “literario”.

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Los ensayos de Pinos suelen ubicarse en el registro de la postdictadura, es decir, sobre todo desde el periodo en que empieza a trabajar en La Calabaza del Diablo. Su ejercicio crítico consiste en una mirada situada del trabajo poético-literario; a menudo sus lecturas son generosas —tal vez demasiado, para mi gusto— porque el énfasis está puesto en un doble filo: por una parte interpretar el libro (por ejemplo, en las reseñas o presentaciones) y, por otra, contextualizarlo en el marco político general. Asumo aquí que Jaime Pinos piensa la literatura chilena como un ámbito clave desde donde interpretar nuestra historia y el presente actual del país. A pesar de la disimilitud de los textos, lo más interesante de Visión Periférica es que perfila una línea de lectura que permite establecer diálogos y tensiones entre los diversos libros por medio de ciertas referencias comunes: espectáculo, capitalismo, banalización y, por oposición, valentía y resistencia político-literaria. 

Creo que la principal virtud del libro es, en esta perspectiva, trazar un horizonte interpretativo sobre nuestra época. Calibra la violencia soterrada y de supuesta baja intensidad (engañosa por lo mismo) que corroe la vida cotidiana y que la escritura poética más sugerente atestigua con su impronta de consecuente fragilidad. De ahí que, a mi parecer, el texto que articula la poética del libro es aquel referido a la postdictadura: «El mío es el punto de vista de alguien que creció dentro del desastre. Que aprendió a leer después que las piras de libros iluminaran las calles del país sitiado. Que se hizo lector en un país sin libros donde la lectura era considerada una actividad sospechosa o inútil». Siguiendo esta advertencia, podríamos decir que el trabajo documental del desastre que escudriña Jaime Pinos consiste en un abrirse a lo que estaba sucediendo con los escritores de su medio. Práctica que, a estas alturas, resulta extraña, porque incluso algunos críticos de periódico —en muchos casos también escritores— suelen atraparse en la banalidad de la escena.

Es paradójico que lo político de Visión Periférica consista en un trabajo obvio en otras épocas: escuchar lo que escriben los demás. La primera actitud literaria y política debiera estar atenta a la recepción de lo que ocurre en el ámbito que le compete al escritor e intentar comprenderlo. Sin embargo, ¿cuántos libros pueden citarse que busquen entender lo que acontece en la época, con los pares o incluso la labor de los antecesores que nos sirvan de modelo o como una mínima orientación? A diferencia de otras generaciones o países cercanos, la práctica de la escritura en Chile también se ha visto afectada por la domesticación de la vida a través de la competencia simbólica y política. Aquello se observa en la nefasta costumbre de construir antologías (herencia del siglo pasado), en vez de empezar a componer un panorama a partir de lecturas situadas. Abundan las intenciones de selección, depuración e instalación de espacios estratégicos; faltan ensayos, ejercicios de destrucción de los géneros y dibujar una mirada que sobrepase la literatura y nos conduzca a una comprensión del momento en que nos encontramos. La literatura más interesante nunca fue solo literatura.

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A partir de los escritores cáusticos que Jaime Pinos admira, los ensayos tienen un tono —cómo decirlo— “neutro” o, más bien, “utópico”. No se contagian completamente de la distopía o del desgarro del tiempo (cierto halo conservador muestra también Debord). Logra leer desde una temperatura política, al optar por fisuras periféricas que la vida y la poesía proporcionan. Las claves con que Pinos interpreta los textos contienen a menudo esta “escéptica confianza” que estriba en sopesar el valor de una épica literaria. Por eso hablo de una especie de “temperatura”, un tono que sobrepasa los libros mismos. Por contrapartida, hay escritores y libros que parecieran oponerse a la matriz de lectura desde donde Pinos los interpela, pero los conduce precisamente hacia la liza política de la literatura. Esta es su apuesta, la necesidad de volver a relatar una épica. Como si Visión Periférica advirtiera: de algún lado debe provenir el oxígeno en este respiradero, todavía existen escritores a los cuales admirar. Bastantes para un país como Chile. Por lo que detecto, los paradigmas principales que el libro reconoce son Lihn, Millán, Droguett, Teillier, Martínez y Moltedo. En esta opción se juega soterradamente el concepto del escritor que el crítico y poeta aprecia y que quizás aspira de algún modo ser. Es necesaria por lo demás mucha épica cotidiana para vivir en Chile.

El libro que presentamos me deja esta reflexión final: ¿Qué significa ser escritor en una época como la nuestra? No basta la ingenua oposición de propaganda, ya fue domesticada hace tiempo; tampoco la manifestación de sentimientos bellos (lo que antes se denominaba “alma bella”). Las sensaciones y el sentido común pueden ser cooptados. ¿Desde qué lugar situarse? Si las confianzas de antaño se han desvencijado, es preciso un ejercicio "crítico" constante, epocal e ilimitado. Crítico quiere decir aquí: "poner en situación", revisar nuestras condiciones de posibilidad históricas de las prácticas literarias y lingüísticas. Como Karl Kraus que examinaba obsesivamente las noticias del diario y elaboraba su literatura desde una sátira sutil y corrosiva, siempre atenta a las intoxicaciones de la prensa. La labor del escritor conforma una composición de lugar de las ideas recibidas y del sentido común, el más reaccionario que hay. Así, este tipo de poeta e intelectual contaminado quiere encontrar un punto de apoyo para colaborar en dislocar su tiempo. En esta herencia ubicaría la escritura de Jaime Pinos, en un legado frágil y precario, pero fundamental. Su épica yace en dar testimonio sobre este panorama en que la escritura busca desenredar los engaños triunfantes de la postdictadura.

Termino con una cita de Visión periférica que responde la pregunta de Patricio Marchant: «¿A quién será permitido hacer el comentario de la catástrofe?». Jaime Pinos responde: «Yo diría que la poesía y la narrativa chilenas, lo mejor de ellas, se han tomado esa libertad y se la seguirán tomando. La de hacer el comentario de la catástrofe. Ejercer el derecho de la crítica y la memoria. Escribir, leer, por eso y para eso. Dejar que hable el desastre. Escuchar lo que dice en nosotros».


Jorge Polanco Salinas




lunes, 11 de enero de 2016

La ley de la serpiente

Todos somos Manuel Gutiérrez de Tania Tamayo



Año 2011. La efervescencia social y estudiantil crece hasta alcanzar niveles de masividad y radicalización inéditos durante los años de la postdictadura. Noche del 25 de agosto. Paro nacional convocado por la CUT. Mucha gente ha salido a la calle en la Villa Jaime Eyzaguirre, en la comuna de Macul. En medio de la manifestación, el joven Manuel Gutiérrez cae al suelo. Cae de espaldas en medio del humo de las bombas lacrimógenas que la policía lanza hacia la pasarela donde se encuentra junto a su hermano y un amigo. Creen que ha sido alcanzado por un balín de goma. Luego sabrán que lo que tiene en el pecho no es un balín, sino una bala calibre 9 milímetros. Una bala disparada con una ametralladora UZI. Una bala disparada por carabineros. 

Esta es la historia que indaga e intenta reconstruir este libro: Todos somos Manuel Gutiérrez. Vida y muerte de un mártir de la democracia. Tal vez un título demasiado épico para una historia que, tal como narra este texto, parece carecer de ese atributo. Al menos en los términos que el imaginario instalado decodifica un asesinato de estas características: un joven popular, víctima de la represión policial, en un contexto de protesta social. Ni héroes ni mártires en esta historia. Más bien el intento por comprender cómo han cambiado las cosas en un país donde, sin embargo, las víctimas siguen siendo las mismas. El intento, tal como la autora declara en los agradecimientos, de construir ese relato.

La corta biografía de Manuel, su entorno familiar y religioso, sus amigos. La historia de la población, la evolución de su vida cotidiana desde la solidaridad comunitaria de los tiempos fundacionales a su desmedrada situación actual. El contexto político y social en el marco de la violencia soterrada que ha marcado al país durante los años de la interminable transición. Una violencia graficada aquí por el recuento de otras víctimas asesinadas con anterioridad en la misma población. Asesinadas en similares circunstancias, abatidas por otras balas cuyos autores, siempre uniformados, no llegaron a establecerse o pagaron con una condena menor. 

El paro de agosto de 2011 fue masivo. Tan masivo que, como relata el libro, a muchos en la Jaime Eyzaguirre les recordó las viejas épocas de lucha contra el dictador. Cuando cientos de personas salían de sus casas a los pasajes de la población, golpeando sus cacerolas, dispuestos a manifestar su repudio y enfrentar la represión. Los años pasaron y las cosas han cambiado, sin embargo. También la naturaleza de la protesta: Católicos, ateos, volados, revolucionarios y niños. Todos amigos por una noche y en el mismo bando, combatiendo al antiguo dictador, que ahora no era más que un sistema desigual e injusto que los dejaba al margen del desarrollo, en esas calles que a veces hedían a cesantía y carencia. Y aún así les ofrecían créditos de consumo.

El libro investiga exhaustivamente este crimen iluminándolo desde distintos ángulos. A medio camino entre el periodismo y la literatura de no ficción, su objetivo es a la vez histórico y político. Eso, si por texto político entendemos aquel que intenta reconstituir las marcas que la historia va dejando en el presente que nos toca vivir.

Con la democracia las cosas han cambiado. El pueblo también. Tal vez donde esto queda mejor demostrado es en el relato de las tensiones entre la familia protestante de la víctima, su reticencia a cualquier uso político del asesinato y los intentos por hacer de este crimen una bandera de lucha: En el cementerio esa fue la tónica. Un grupo acá, el de los cristianos de la Metodista Pentecostal, el cajón con Manuel sin vida y la familia. Allá, el grupo de pobladores de la Jaime Eyzaguirre y Lo Hermida, que con esto recordaba los allanamientos dentro de las casas en épocas de dictadura, los balazos zumbando por un lado y otro, las detenciones ilegales.

Sin embargo, algunas cosas parecen seguir igual o casi igual que en los años de plomo. Escribe Tamayo hacia el inicio del relato: “¡La Jaime lo vio, un paco lo mató!”, fue el grito que desde esa noche acompañó su rostro transformándolo en un símbolo, pero no de aquellos que mueren en la lucha, o de los que mueren por pensar distinto, sino de aquellos que mueren y nadie sabe porqué. Este texto rescata una de esas historias. La historia de aquéllos que mueren y nadie sabe porqué. La historia nunca superada, siempre recurrente de la impunidad. Quizás parte del porqué puede encontrarse en las palabras que sirven de epígrafe a este libro. Este sigue siendo un país donde la ley se comporta como una serpiente. Aquí, todavía, la ley sólo muerde a los que andan descalzos. 

Valparaíso. Enero de 2016


Todos somos Manuel Gutiérrez
Tania Tamayo Grez
Narrativa
Ediciones B. 2015





domingo, 10 de enero de 2016

EL ESPIRITU DEL VALLE. Revista semestral de poesía y crítica. Editorial. N° 1, Diciembre de 1985 /Director: Gonzalo Millán

Según nuestros antiguos cronistas, en un principio la palabra Chile fue siempre complemento inseparable de otra voz: el valle. El Valle de Chile. La etimología del vocablo nativo, que sólo por extensión se volverá genérico para el país, nos ofrece distintas opciones: Valle del Gran Frío, de los Últimos Confines, de lo más Profundo –todas características adjetivas y extremas de este ámbito sustancial enclavado entre el Desierto, la Gran Cordillera Nevada y la Mar del Sur.

Recuperamos la noción del valle por un imperativo de realismo poético. Espacio de superficie y asentamiento. Zona neutra, perfecta para el desenvolvimiento de la manifestación, es decir, de toda creación y progreso material y espiritual. Porque a causa de su carácter fértil, en oposición al desierto y al océano, así como a las altas montañas, el valle es el símbolo de la vida misma.

Al favorecer el valle para nombrar una revista de poesía, postulamos considerar nuestra tradición, no sólo con los criterios habituales, por la línea de las altas cumbres, el alcance de sus vastedades, por lo insondable de sus simas, sino asimismo por el conjunto de todos los poetas que han aportado y aportarán su cuota de originalidad a la ya definida personalidad común.

Al poner el acento en el valle enfatizamos el carácter colectivo de sus actividades, y dejamos de subrayar en forma preferencial figuras aisladas por resaltantes o excepcionales que sean o hayan sido. La traslación de nuestro accidentado e imponente relieve natural a una hiperbólica geografía poética paralela no acusa más que la ambición compensatoria de una ansiedad provinciana, propugnadora por lo demás de una concepción espontánea del genio, desligado de sus sociedad y de su historia.

EL ESPIRITU DEL VALLE es la revista de una generación en sentido lato, cuya cualidades más relevantes, aparte de su diversidad y exuberancia, son, en primer lugar, aquella actitud nueva asumida ante la tradición poética chilena que la definió desde sus inicios como emergente, y en segundo lugar, el creciente interés que con los años va prestando al experimentalismo de la primera y segunda vanguardia del siglo. En resumen una disposición receptiva mas no indiscriminada: escrupulosa tanto hacia el presente, para lo heterogéneo y lo indistinto, lo propio y lo ajeno.

Creemos que a pesar de haberle correspondido a la mayoría de los poetas que la componen, irrumpir y desarrollarse en un de los períodos más críticos de nuestra historia, la poesía chilena de las últimas tres décadas no desmerece su herencia ni deslustra su estirpe. Por el contrario, si nos atenemos a sus últimas manifestaciones, podríamos afirmar que a partir de ella se establece un periodo renovador, señalable desde ya como el de la constitución de una Nueva Lírica.

Nuestro espíritu se abocará entonces a recoger lo disperso y rescatar lo inicuamente desdorado, recibir lo vigente y proyectarnos al futuro. Esta pretensión no es exclusiva. Se dirige también hacia los valles vecinos y lejanos que hablan nuestra misma lengua y comparten nuestra época y destinos. Queremos que el afán que nos caracterice sea tanto el respeto hacia nuestra idiosincrasia nacional y continental, como una apertura inquieta a todas las novedades y renovaciones estéticas universales.

Por último, EL ESPIRITU DEL VALLE es un esfuerzo más por revivir, mediante la poesía, aquel espíritu de libertad creativa y crítica que para ejercerse a cabalidad requiere y exige de su sociedad el restablecimiento de la convivencia democrática, la vigencia de la justicia, la costubre de la solidaridad, cualidades que distinguieron a nuestro país por largos trechos de su historia republicana.


Imagen: EL ESPIRITU DEL VALLE 4/5. 1998